Las lenguas indígenas del Chaco meridional y nordeste
argentino. Localización, vitalidad y prioridades de investigación
Trabajo publicado en Folia Histórica del Nordeste n° 15, Resistencia
(2001-2002), Instituto de Investigaciones Geohistóricas - Conicet, pp. 71-85.
Dentro de los límites geográficos de la República Argentina
se hablan hoy doce lenguas indígenas; diez en el ámbito del Chaco meridional y
nordeste argentinos: toba, pilagá, mocoví, wichí, nivaclé, chorote,
ava-chiriguano, mbya, guaraní y quichua santiagueño (1). Más o menos vitales
según los casos, en todas se observa una fuerte retracción de sus ámbitos de
uso. Siguiendo la clasificación de Krauss (1992:5-7) podemos decir que se trata
de lenguas amenazadas o 'en peligro' (2): varias de ellas son aprendidas como
primeras lenguas por los niños de dichas comunidades pero, si las condiciones
presentes persisten, dejarán de hablarse en un lapso que difícilmente exceda la
próxima centuria. Otras se encuentran en una situación más delicada, ya que sus
hablantes viven en zonas urbanas o periurbanas de grandes ciudades y, debido a
diversos factores -especialmente laborales y educacionales- los niños no
aprenden la lengua comunitaria. En este caso, las perspectivas de uso y
transmisión son escasas y se está frente a lenguas en vías de extinción o
moribundas.
La reducción de la diversidad lingüística en la Argentina se
enmarca dentro de un proceso global, causado por la fuerte homogeneización
económica y cultural que se produce, de manera ininterrumpida, desde el siglo
XV hasta nuestros días. Estos cambios se aceleran en el siglo XIX con el
desarrollo de los medios masivos de transporte, y luego con los de comunicación
masiva y la obligatoriedad de la instrucción pública (Dixon 1997:103) (3). Se
estima que, como mínimo, el 50% de las lenguas habladas hoy en el mundo (entre
5.000 y 6.700 según cómo se hagan los cálculos) (4) desaparecerá para el año
2100 (Crystal 2000:19) (5). Hoy, el 4% de las lenguas del mundo son habladas
por el 96% de la población mundial, mientras que el 4% de la población mundial
habla el 96% de las lenguas restantes (Crystal 2000:14).
¿Por qué creemos que esta pérdida es lamentable? Porque las
lenguas encapsulan la visión del mundo de sus hablantes, cómo piensan, cuáles
son sus valores, en qué creen, cómo clasifican el mundo a su alrededor, cómo
organizan sus vidas. Cuando una lengua muere, parte de la cultura humana se
pierde, para siempre (Dixon 1997:144). La preocupación de los lingüistas, de
los antropólogos e incluso de los hablantes de esas lenguas es la velocidad con
que desaparecen debido a los procesos de homogeneización antes citados. La
observación y el análisis de las causas que provocan la desaparición indica que
los hablantes de lenguas minoritarias son forzados, directa o indirectamente, a
abandonar el uso de su lengua, hecho que no debiera resultarnos indiferente en
las puertas del tercer milenio, aunque la desaparición de lenguas haya ocurrido
desde siempre. (6)
A continuación vamos a presentar, a grandes pinceladas, la
situación sociolingüística de las lenguas indígenas habladas en el área que nos
convoca. No expondremos las características formales de las lenguas, es decir
sus sistemas fonológicos, particularidades sintácticas ni reconstrucciones de
proto-lenguas. Estos temas, importantísimos y por cierto de lo más interesantes
para los lingüistas, exigen el manejo de conceptos y de una jerga particular
propia de especialistas que, de elegir comentarlos, desvirtuaría el sentido de
nuestra participación en este simposio, que es el de la puesta al día entre
diferentes disciplinas. Tampoco hablaremos sobre las lenguas alguna vez
habladas en la región y de las que se poseen registros, su época de
desaparición y posibles filiaciones genéticas, ni de los trabajos descriptivos
relevantes y sus autores (existe bibliografía actualizada sobre este último
tema, ver Fabre 1998). Preferimos presentar un tema mucho más acotado pero
-confiamos- más ameno, que nos permitirá hacer un diagnóstico de las
necesidades de investigación prioritarias en el área.
En primer lugar, veamos la distribución geográfica, el
número estimado de hablantes y la vitalidad de las lenguas antes citadas,
clasificadas en las 'tradicionales' familias lingüísticas:
Familia lingüística guaycurú
Los tobas, autodenominados nam qom, se encuentran
principalmente en las provincias de Chaco y Formosa y, menos numerosos, al este
de la provincia de Salta. Debido a recientes migraciones, existen grandes
asentamientos en Rosario (Santa Fe) y en varias localidades del Gran Buenos
Aires. Su número varía entre 36.000 y 60.000 según las fuentes. En Paraguay
vive un pequeño grupo de alrededor de 600 indígenas identificados como
emok-tobas, en la localidad de El Cerrito, dpto. Presidente Hayes (60 km al NO
de Asunción) (Messineo 1992). A principios del siglo XX, Karsten (1932) había
localizado tobas en Bolivia, cerca de la frontera con la Argentina, pero
Alvarsson (1988) estima que estos grupos probablemente hayan migrado hacia la
provincia de Salta. Dentro de la familia lingüística guaycurú, los tobas son el
grupo más numeroso. La vitalidad de esta lengua varía según el lugar de asentamiento:
los hablantes instalados en zonas rurales transmiten la lengua a sus hijos y
estos, en la mayoría de los casos, llegan a la escuela hablando toba como
primera lengua (7). En los enclaves urbanos, por el contrario, el quiebre de la
transmisión intergeneracional ya se ha producido y son muy pocos los niños que
llegan a la edad escolar manejando con fluidez la lengua de sus abuelos.
Los pilagás se reúnen en 16 comunidades en el centro de la
provincia de Formosa, principalmente en el departamento Patiño y Bermejo. Estas
comunidades pueden subdividirse en dos grupos, los Pilagá del Bañado y los
Pilagá de Navagán, grupos en los que Vidal (2001:13) ha identificado
diferencias dialectales. Al igual que los tobas, se autodenominan qom y su
número varía entre 2.000 y 5.000 según las fuentes. La lengua posee un buen
grado de vitalidad ya que es la primera adquirida y hablada por los niños hasta
la edad escolar. El pilagá es la lengua de la transmisión intragupal, entre los
adultos es el único código utilizado, entre los jóvenes se observan más
préstamos léxicos en castellano y 'code-switching' -alternancia de las dos
lenguas por un mismo hablante, en la misma conversación. (Vidal 2001:15).
Los mocovíes, también autodenominados nam qom se encuentran
diseminados en 42 pequeñas comunidades todo a lo largo de la provincia de Santa
Fe y en alrededor de 20 comunidades en la provincia del Chaco, especialmente en
la zona suroeste (8). El número estimado de mocovíes varía entre 3.000 y 5.000
según las fuentes. La dislocación física y demográfica (9) observada en la
provincia de Santa Fe tiene consecuencias directas sobre la lengua: en esa
provincia el quiebre de la transmisión intergeneracional ya se ha producido y,
aparentemente, es sólo hablada por algunos ancianos y pocos adultos. En
localidades chaqueñas como El Pastoril -cerca de Villa Ángela- y en Las
Tolderías -cerca de Charata- la lengua es más vital que en las localidades
santafesinas, sin embargo Gualdieri (1998:6) observa que los jóvenes hacen un
uso más restringido de la misma que los adultos. De la familia guaycurú, el
mocoví es la lengua con los peores pronósticos de supervivencia debido a una
combinación de factores: las dislocaciones antes mencionadas, matrimonios
interétnicos con tobas -con asimilación lingüística a este grupo- y escaso
número de hablantes.
Familia lule-vilela
Existe la posibilidad de que todavía vivan hablantes que
"recuerden" palabras y expresiones de la lengua vilela. El último
dato al respecto ha sido publicado por Terán (1995 citado en Viegas Barros
2001:107). Este grupo, que alguna vez ocupara vastos territorios entre los ríos
Bermejo y Salado, posiblemente se ha asimilado a grupos tobas por vía
matrimonial, especialmente a partir del período de la sedentarización (fines
del siglo XIX). El último lingüista en recoger datos fue Balmori en la década
de 1960, los cuales han sido utilizados por Viegas Barros (2001) en un artículo
sobre la relación genética entre el lule y el vilela. Es muy probable que la
lengua no se hable más (10); de todas formas, valdría la pena que antropólogos
y lingüistas hicieran el esfuerzo de buscar a los últimos 'recordantes'.
Familia mataco-mataguaya:
El grupo más numeroso de esta familia lingüística es el de
los wichís, ubicados en una franja que va de sudeste a noroeste siguiendo las
márgenes del Bermejo, a partir de la zona del impenetrable chaqueño y de la
mitad oeste de la provincia de Formosa - Pozo del Tigre y Las Lomitas- hasta el
noreste y sudeste de Salta (Braunstein 1989:1). Los wichís se encuentran
mayoritariamente en la Argentina (entre 35.000 y 60.000 según las fuentes) y en
Bolivia (2.000 aprox.). La lengua es utilizada por hablantes de todas las
edades y en la comunicación familiar, comunitaria (intra- e intergrupal wichí)
y religiosa. A pesar de esta situación favorable, en algunas localidades del
este de Salta (Metán, El Quebrachal, El Galpón, Apolinario Saravia y en menor
proporción en La Unión) Terraza (2002) ha detectado el inicio del quiebre de la
transmisión intergeneracional.
Los chorotes se encuentran en los dptos. Rivadavia y San
Martín en Salta, se calcula su número entre 1.200 y 2.000, mientras que en
Paraguay, en el dpto. Boquerón, se estima que hay unos 500. Aparentemente, esta
lengua posee vitalidad y es aprendida como primera lengua por los niños
chorotes. Su condición de amenazada estaría dada por el escaso número de
hablantes y la posibilidad de dislocaciones físicas debidas a migraciones.
Aparentemente, los tres gentilicios más utilizados por estos grupos
corresponderían también a variedades de la lengua: yofuáha, yowúwa y manjuy. No
se poseen datos sociolingüísticos actualizados de estos grupos.
Los nivaclés, también conocidos como chulupíes o axluxlays
se encuentran mayoritariamente en Paraguay, en los dptos. Boquerón y Presidente
Hayes, y en la Argentina en la región del Chaco salteño, a partir de Tartagal
hacia el noreste. Se estima que en Paraguay son alrededor de 18.000 mientras
que en Argentina las cifras son muy dispares, varían entre 200 a 1.200 según
las fuentes. Estos datos censales son de la década de 1980. A partir de
observaciones personales y referidas (11), familias nivaclés del Paraguay están
instalándose en Misión La Paz (Salta) y en la zona que va de Fortín Pilcomayo
al Remanso, en el dpto. Bermejo, al norte de la provincia de Formosa. Al igual
que para el chorote, no se poseen datos actualizados sobre la situación
sociolingüística de este grupo y, aparentemente, la transmisión
intergeneracional no se ha quebrado.
Familia tupí-guaraní:
En la Argentina encontramos por lo menos tres lenguas de
esta familia. Los ava-chiriguanos se encuentran en las provincias de Salta y
Jujuy. En Bolivia -dptos. Santa Cruz, Chuquisaca y Tarija- son alrededor de
50.000. Las fuentes indican para nuestro país un total 21.000 y un cálculo de
6.800 únicamente para la provincia de Salta. No se poseen datos actualizados
sobre la vitalidad de la lengua. Los chanés, pueblo presumiblemente de origen
arawak asimilado por los ava-chiriguanos en tiempos históricos, se encuentran
en Bolivia y la Argentina en un número de 1.400 aprox. En Argentina los
hallamos en la provincia de Salta, en las misiones de Tartagal, Pocitos y
Pichanal entre otras y, según el censo indígena salteño de 1985 proyectado a
1995, suman 758 en toda la provincia. Este pueblo habla la misma lengua que los
ava-chiriguanos y, según Zigarán (1993), se observa el quiebre de a transmisión
intergeneracional. Lo mismo sucede con las variedades utilizadas por los
izoceños, grupos chané chiriguanizados que llegaron a la zona de Tartagal en la
década de 1960, desde los pantanos del Izozo en Bolivia; según Dietrich (1986)
son alrededor de 1.000. Al igual que los chanés, los tapietés, pueblo
presumiblemente de origen chaqueño, del que se encuentran unas 40 a 50 familias
localizadas en los alrededores de Tartagal, hablan la lengua de los
ava-chiriguanos con particularidades propias. En la Argentina se estima que son
alrededor de 400 mientras que en Paraguay sumarían unos 3.200 en el dpto.
Boquerón. No se poseen datos actualizados sobre la vitalidad de estas
variedades.
En el extremo este de nuestro país, se encuentran los mbyá,
en la provincia de Misiones. Su número varía de 2.500 a 3.500. También se
encuentran en Brasil (unos 5.000 aprox.) (12); y en Paraguay (unos 8.000
aprox.) (13) (Fabre 1998:1135/39). En la provincia de Misiones, y hasta 1978,
se encontraban instalados en dos zonas bien diferenciadas: un grupo a lo largo
de la ruta nacional n° 12, más hacia el oeste, cerca del río Paraná y de la
frontera con el Paraguay; el otro, a lo largo de la ruta nacional n° 14 y hacia
el norte, más cerca del río Uruguay, colindante con Brasil. Según Bartolomé,
los mbyás ubicados a lo largo de la ruta n° 12 son grupos de arribo reciente
(datos de 1978), que hablan mbyá para la comunicación intragrupal y guaraní
yopará con los criollos; en cambio, los ubicados en dirección de la ruta n° 14,
son grupos que fueron llegando en distintas oleadas a partir de fines del siglo
XIX, utilizan el 'guaraní yopará' (sic) en la comunicación familiar, mientras
que el mbyá sólo posee funcionalidad para el relato de los mitos o durante las
ceremonias religiosas. En este último grupo, el autor observa la utilización
cada vez más difundida del español.
El guaraní (14) es hablado por un gran porcentaje de la
población rural (no-indígena) de la provincia de Corrientes. Se trata de una
variedad con notorias diferencias léxicas y sintácticas con respecto al guaraní
hablado en el Paraguay, producto de una diferente historia de contacto con el
español. Se estima que el 50% de la población rural correntina lo habla (aprox.
100.000 personas.) (15) (Meliá 1983). En la actualidad no contamos con datos
sociolingüísticos confiables; por ejemplo, desconocemos en qué localidades se
aprende como primera lengua o si se aprende junto al castellano, las dos como
primeras lenguas (16), ni en qué otras localidades se aprende como segunda.
El quichua santiagueño:
Hablada por un importante número de criollos, entre 60.000 y
100.000 según las fuentes, esta lengua goza de gran prestigio en el ámbito de
las expresiones literarias y musicales de la zona, pero la cantidad de
hablantes disminuye con el paso del tiempo. En 1977 Nardi estimaba que se
encontraba en proceso de retracción. Para Kirtchuk (1987), los aproximadamente
100.000 hablantes en la provincia de Santiago del Estero eran bilingües
quichua-español y no "quichuahablantes" en sentido estricto, ya que
-según este autor- no existían hablantes monolingües de quichua, ni siquiera
entre las personas de más edad. En 1993, Bravo indicaba que los hablantes
bilingües quichua-castellano eran alrededor de 80.000. No contamos con datos
actualizados sobre la vitalidad de la lengua.
De todo lo comentado hasta el momento, obsérvese la
imprecisión respecto al número de personas que componen cada uno de los grupos
indígenas. En la Argentina no existen datos actualizados sobre cantidad de
población indígena, mucho menos sobre la cantidad de hablantes de cada una de
sus lenguas. Debido al quiebre de la transmisión intergeracional, el número de
personas que habla una lengua indígena es casi siempre menor al número de
personas que se consideran miembros de ese grupo indígena. El amplio rango de
las cifras citadas para cada lengua (30.000 a 60.000 para los tobas, 200 a 1200
para los nivaclés, etc.) se debe a los criterios utilizados por los organismos
que los han censado para determinar quién es un indígena (17) (Estado nacional,
estados provinciales, ONGs, agrupaciones indígenas, etc.) y a los intereses
específicos que han tenido en épocas precisas (18). Esta es una de las grandes
tareas a realizar con respecto a la población aborigen en la Argentina, de la
que debieran ocuparse -en estrecha colaboración- demógrafos junto a
antropólogos, lingüistas y otros especialistas conocedores de las zonas a
censar. Los censos podrían realizarse en varias etapas y por regiones, en el
marco de proyectos de investigación y desarrollo, que admiten mayor
flexibilidad y menor cantidad de recursos económicos que los megaproyectos
diseñados por las grandes reparticiones del Estado (19). La tarea de 'contar'
miembros de comunidades indígenas y número de hablantes de sus lenguas no es
tarea fácil, pero tampoco es imposible. En este aspecto estamos de acuerdo con
Skutnabb-Kangas (2000:27): en el mundo científico actual hay dinero para contar
átomos, cadenas de ADN, fracciones ínfimas -en nanosegundos o nanomilímetros-
pero poquísimas veces hay dinero para contar cuántas lenguas habla la gente en
un determinado país, ni cuáles son sus competencias lingüísticas.
Según el punto de vista adoptado, la región del Gran Chaco
argentino y alrededores es una zona suficiente o -por el contrario- escasamente
estudiada en lo que respecta a sus lenguas vernáculas. Si comparamos la
situación de la Argentina con la de Nigeria, donde 95 de las 410 lenguas
habladas en el país poseen menos de 100 hablantes y se encuentran sin la más
mínima descripción (20), la nuestra es una situación muy favorable, ya que
contamos con -al menos- una gramática por cada una de las unidades que hemos
dado en denominar 'lenguas' actualmente en uso. Pero desde otro punto de vista,
la producción científica es escasa frente a otras regiones de Sudamérica
(Bolivia, Perú, Brasil) y casi inexistente comparada con el gran volumen de
estudios producido durante el siglo XX para las lenguas oficiales de los
principales países de Europa Occidental. ¿Por qué debería importarles a
nuestras universidades e institutos de investigación estudiar las lenguas de la
zona? Más allá de las razones de índole psicológica, social, educacional,
identitaria y jurídica que atañen a los hablantes de las lenguas en peligro, y
por ende a los especialistas de cada una de dichas áreas, describir lenguas no
descriptas es importante para los lingüistas por varias razones.
En primerísimo lugar porque las lenguas son interesantes en
sí mismas. Una de las tareas más importantes de la lingüística es identificar
las categorías gramaticales idiosincráticas de cada lengua para enriquecer el
conocimiento acerca de las particularidades tipológicas de las lenguas y de la
capacidad del lenguaje humano en general. A tal fin, el contacto con los
hablantes -en su entorno habitual- y el trabajo de campo son actividades
insoslayables para la descripción de las lenguas.
Describir lenguas es necesario para proporcionar datos
confiables a los estudios comparativos. Según Dixon (1997:144) de muchas
lenguas habladas en África, Nueva Guinea y Sudamérica, sólo se conoce una
pequeña lista de palabras aisladas; sin embargo todas ellas están genéticamente
clasificadas en familias. En la actualidad, dichas clasificaciones deben
revisarse, comparando también las unidades gramaticales de las lenguas en
cuestión y no únicamente los elementos léxicos. Se necesita una descripción
gramatical completa de cada lengua, junto con su diccionario, antes de que
pueda ser comparada de manera significativa para investigar la relación
genética con otra lengua. Luego surge el problema de establecer los criterios
para decidir si dos variedades pertenecen o no a la misma lengua. En algunos
casos el criterio de la inteligibilidad entre los hablantes será suficiente
para que el lingüista establezca una lengua con sus variedades, pero en otras
ocasiones, como sucede con los continuums lingüísticos -el caso de las
variedades wichí- o con las clasificaciones 'políticas' de las lenguas -el caso
de las guaycurúes-, habrá que desarrollar criterios pertinentes a cada área de
estudio. Para poder rever la clasificación genética tradicional de las lenguas
del Chaco y zonas aledañas a la luz de las nuevas teorías que explican las
consecuencias del contacto de lenguas, debemos aclarar aspectos
dialectológicos, sintácticos y lexicográficos de todas las lenguas de la zona.
Todavía, lamentablemente, estamos muy lejos de contar con el material de base
adecuado.
Salvo las lenguas de la familia guaycurú, que poseen una
veintena de artículos específicos (21), esbozos gramaticales y vocabularios de
diversas épocas más cinco tesis de doctorado realizadas en los últimos diez
años (22), el resto de las lenguas antes citadas han sido fragmentariamente
descriptas. El conjunto de los trabajos publicados para las lenguas de la
familia mataguaya en Argentina (wichí, chorote y nivaclé) (23) no brindan
claramente la información que un lingüista contemporáneo desearía tener (24):
tipo de estructura sintáctica (acusativa/nominativa, ergativa/absolutiva,
activa/inactiva, sistema tripartito, otros sistemas con escisiones
particulares), funcionamiento de sus pivotes sintácticos, expresión de la
alienabilidad / inalienabilidad, etc. Llama poderosamente la atención que la
lengua indígena más vital de la Argentina y con el mayor número de hablantes
-el wichí- sea una de las menos estudiadas. A partir de investigaciones de
campo de sesgo etnográfico, Braunstein (1989:1) ha identificado 22 áreas de
asentamientos wichís de la que los lingüistas tienen muy poco que decir hasta
el momento: aparentemente las variedades habladas al este son diferentes, al
menos en el plano fonético y problablemente también en el fonológico, las
variedades habladas más hacia el oeste (Messineo y Braunstein 1990). Dada la
cohesión espacial de los grupos, es fácil deducir que estamos frente a un
continuum lingüístico: se trata de cadenas dialectales cuyo estudio puede echar
luz sobre la ecología del contacto entre las variedades wichí y su dinámica de
cambio. Del estudio de las características de este continuum se pueden extraer
conclusiones importantes acerca de la dinámica de las lenguas chaqueñas en
tiempos históricos. Habiendo tantos hablantes fluidos de la lengua y de
diversas edades, muchos de ellos con excelente competencia en castellano, un
observador externo consideraría inexplicable este 'abandono' de la comunidad
científica. El quiebre de la transmisión intergeneracional detectado por
Terraza en las comunidades wichís salteñas nos advierte que el continuum no
estará por siempre esperando que vayamos a estudiarlo.
Una situación similar, aunque más sorprendente que la
anterior, es la del guaraní hablado en la provincia de Corrientes. Salvo
recientes trabajos de corte sociolingüístico sobre migrantes correntinos
guaraní-hablantes a la ciudad de Rosario (Armato y Stroppa 1997), faltan
estudios dialectológicos, sintácticos y lexicográficos actualizados y
confiables acerca de esta/s variedad/es y sobre la dispersión geográfica y
vitalidad de la lengua en otras provincias (Chaco, Formosa, Misiones, Entre
Ríos). Teniendo en cuenta el diferente marco sociolingüístico con el que se
desarrolló el contacto entre guaraní y el español en la zona aledaña a Asunción
por un lado, y en la zona de las Misiones Jesuíticas por otro (Meliá 1995),
resulta sorprendente que la variedad hablada en la Argentina no haya despertado
mayor interés entre los lingüistas. Los serios problemas de fracaso escolar
detectados en el ámbito de las escuelas rurales correntinas ponen en evidencia
que el tema debe ser atendido y con la máxima urgencia.
La injusta etiqueta de 'versión simplificada' o
'empobrecida' de la/s variedad/es correntina/s con respecto a las paraguayas
debe definitivamente abandonarse. No existen lenguas o variedades 'pobres' para
expresar el pensamiento. Existen lenguas -y variedades- que son, por diversos
factores sociales, más funcionales que otras en determinados ámbitos de uso. La
reducción de los ámbitos de uso provoca que las lenguas pierdan vitalidad en
los campos léxicos donde su uso se restringe, pero esto se revierte cuando las
actitudes hacia la utilización de la lengua son más favorables. Otra idea
errónea es que la existencia de numerosos préstamos léxicos, tomados de una
lengua dominante, significa pérdida de vitalidad. La historia de la lingüística
está plagada de ejemplos en los cuales determinadas variedades han sido
consideradas 'menores' o 'deficitarias' porque la vara de comparación era la
variedad 'estándar'. El guaraní goza de gran prestigio social, asociado al
género musical chamamé y a la literatura regional de la zona, sin embargo
pareciera que su prestigio 'decrece', si nos atenemos a las reacciones de los
docentes por ejemplo, cuando es hablado por campesinos pobres, especialmente
por sus hijos al llegar a la escuela. Tampoco se estudia el guaraní de los
migrantes paraguayos instalados en la Argentina: en Misiones, en Formosa cerca
de la frontera y en todos los enclaves del nordeste donde se haya asentado
población de origen paraguaya: el guaraní hablado en Paraguay es tomado como un
todo homogéneo, un error desde el punto de vista dialectológico.
Lo mismo sucede con el quichua santiagueño. En lo que se
refiere a las variedades más australes de la lengua, su estudio se ha
desarrollado casi siempre en relación con aquellas variedades más
'prestigiosas', como la cuzqueña. Si bien la variedad -¿o las variedades?-
hablada en nuestro país ha sido y es estudiada por un puñado de especialistas
(25), el ámbito parece estar considerado 'agotado'. ¿Por qué, en el caso de las
lenguas indígenas, la existencia de una gramática hace pensar que dichas
lenguas no merecen más atención? ¿Acaso los lingüistas que trabajan con el
castellano, el inglés, el francés o el ruso -e incluso el latín y el griego
clásico- consideran que dichas lenguas ya están lo suficientemente estudiadas
como para no ocuparse más de ellas? Sorprende que de las dos lenguas francas
indígenas habladas en nuestro país, utilizadas por gran cantidad de población
criolla desde la época de la conquista hasta la actualidad, sólo se escuchen
las voces de los puristas y de los tradicionalistas.
El resto de las lenguas mataco-mataguayas y tupí-guaraníes
de la zona deben ser estudiadas con urgencia, fundamentalmente por la escasa
cantidad de hablantes que poseen y la acelerada degradación de los ambientes
naturales que preservan a sus hablantes de la dislocación física y demográfica.
Las gramáticas realizadas por lingüistas profesionales para el chorote, nivaclé
y wichí poseen entre 30 y 20 años y no contamos con diccionarios modernos para
ninguna de ellas. Entre las variedades del ava-chiriguano necesitan urgente
descripción aquellas habladas por los izoceños y los tapietés y, de estos
últimos, corroborar su supuesto substrato chaqueño (mataguayo o guaycurú).
En cuanto a las lenguas de la familia guaycurú, el terreno
está magníficamente preparado para el estudio en detalle de diversos aspectos
sintácticos. A pesar de los trabajos doctorales mencionados, no existe todavía
un acuerdo acerca de su perfil sintáctico. Esto se debe no sólo a que se trata
de los primeros trabajos sistemáticos en el área, sino a que las lenguas de
América del Sur poseen, según Dixon (1994:XV) los más variados tipos de
estructuras sintácticas ergativas escindidas, tipos que todavía no están incorporados
en los trabajos de corte teórico. Desde este punto de vista, el área que hoy
nos convoca realizará aportes significativos al desarrollo de los estudios
tipológicos en general.
Cuando se posean los estudios gramaticales y léxicos
suficientes sobre las lenguas guaycurúes y mataguayas, estaríamos en
condiciones de evaluar la posibilidad de identificar un área lingüística y
determinar cuáles son las similitudes que evidencian relaciones genéticas entre
las lenguas y cuáles otras son, por el contrario, rasgos de difusión areal. A
medida que tengamos más y mejores estudios -incluyendo las lenguas habladas en
el resto de Gran Chaco (26)- podremos aportar interesantes conclusiones al actual
debate sobre los mecanismos que operan en el cambio lingüístico, especialmente
a las distintas teorías que explican la agrupación y división de las lenguas a
través del tiempo, entre ellas -por ejemplo- la del equilibrio puntuado (Dixon
1997), que trata de superar la visión, muy cuestionada y todavía en vigencia,
del tronco genético común a todas las lenguas de América (Greenberg 1987).
La dinámica de las lenguas está en estrecha relación con
factores de tipo social, propios del estilo de vida de una comunidad. ¿Qué
factores sociales inciden para que una lengua sea rápidamente sustituida por
sus hablantes en un par de generaciones o que, por el contrario, se mantenga en
el ámbito familiar y comunitario, a pesar de la fuerte presión ejercida por los
hablantes de otra lengua dominante? La estabilidad o inestabilidad en la
repartición de los ámbitos de uso de dos lenguas en contacto es causa directa
de los factores sociales que le dan origen, no de factores lingüísticos -como
ser distancia o semejanza estructural entre las lenguas (Thomason 2001:21). Hoy
sabemos que un pidgin no surge en cualquier tipo configuración social, ni que
se transforma indefectiblemente en un creole porque amplíe sus ámbitos de uso.
Una lengua mixta, tal como la define Thomason (2001) no surge espontáneamente
cada vez que dos lenguas entran en contacto. ¿Qué características presentaría
el contacto de lenguas en el Chaco a partir de los escenarios sociales
descriptos por la etnohistoria y los estudios antropológicos?
El Gran Chaco estuvo habitado por pueblos nómades de manera
ininterrumpida hasta fines del siglo XIX. Braunstein (1983) y Braunstein y
Miller (1990) describen la organización social de estos pueblos de esta forma:
la unidad básica de la organización social (27) era la "banda",
definida como un grupo local de familias extensas constituidas principalmente
sobre la base del parentesco y afinidades, que circulaban por un territorio
definido. La unidad superior de organización social era la "tribu",
constituida por un grupo regional de bandas, frecuentemente identificadas con
un nombre en común y asociadas por matrimonios e intercambios. Una tribu era
usualmente endógama y la residencia post-matrimonial solía ser uxorilocal. Las
tribus poseían un carácter fudamentalmente político y coincidían, en muchos
casos, con las unidades culturales y lingüísticas denominadas dialectos. No
todas las bandas poseían los mismos rasgos organizacionales: algunas podían ser
nómades, otras seminómades, permanentes o semipermanentes si la totalidad de
sus miembros permanecían asociados a lo largo del ciclo anual o se separaban en
determinado período del mismo; podían ser estables o inestables en su
composición, si las familias integrantes de la banda no cambiaban o sí lo
hacían a través de los años. Algunas bandas prescribían el matrimonio entre sus
miembros mientras que otras lo prohibían. Al primer grupo pertenecen algunas
bandas wichí, generalmente numerosas y con una concepción del mundo
aislacionista, al segundo grupos guaycurúes, los maká y problablemente
chulupíes y chorotes. (28)
Para proponer un modelo de contacto entre las lenguas del
Chaco meridional en escenarios como los que acabamos de describir, primero
debemos saber con mayor certeza cómo son las estructuras fonológicas y
sintácticas y estudiar detenidamente el léxico de cada una de las lenguas en
cuestión, para luego abordar estudios tipológicos, comparativos y de
reconstrucción. En el estado actual de la disciplina, poco podemos aportar a
esta discusión. La tarea por delante excede la capacidad de trabajo de la
decena de lingüistas formados que hoy trabaja en el área. Creo entonces
pertinente comentar las causas por las que -a mi entender- tan pocos
investigadores se ocupan de estos temas.
En la Argentina no han existido, en las últimas décadas,
prioridades de investigación en el área del estudio de las lenguas ni se han
orientado recursos a la descripción de aquellas poco o nada descriptas en el
país. Esta situación no es 100% consecuencia de la falta de recursos
económicos, también es producto de los abordajes teórico-metodológicos que se
han impuesto en las carreras de letras de nuestro país, me refiero
especialmente a las corrientes altamente formalizadas (que trabajan con corpus
idealizados) y a aquellas que sólo se ocupan del análisis del discurso y del
plano pragmático en detrimento de los estudios fonológicos, morfológicos,
sintácticos, semánticos, lexicográficos y dialectológicos. Al igual que con las
políticas lingüísticas impuestas desde los centros de poder cultural y económico,
las políticas de formación y luego -por ende- las de investigación en el área,
han sido sustractivas y no aditivas. Los nuevos desarrollos, tanto formalistas
como funcionalistas, deben incorporarse a la currícula de formación en
lingüística pero esto no debe hacerse en detrimento de aquellos conocimientos
básicos al oficio del lingüista, ni de las técnicas de trabajo de campo para
relevar dichos datos a partir de corpus orales. Este aspecto está en estrecha
relación con otro, correlativo y para lamentar: la desaparición del estudio de
lenguas en las carreras de Letras y Antropología: las clásicas reducidas a su
mínima expresión y las modernas exiliadas en los institutos de idiomas de las
facultades. Esta situación tiene como consecuencia que ningún estudiante es
orientado a describir lenguas minoritarias habladas en nuestro país (indígenas
o de inmigración), siendo este el primer eslabón de una cadena que finaliza en
la falta de recursos humanos y trabajos de investigación en el área. Tampoco
son alentados a realizar diagnósticos sociolingüísticos, a estudiar el plano de
las actitudes y el imaginario lingüístico, ni a desarrollar estrategias para la
evaluación y diseño de políticas y planificaciones lingüísticas en relación con
dichas lenguas. La reflexión acerca de estas temáticas es insoslayable si se
pretende tener un mínimo de sentido común en las acciones estatales relativas a
la educación bilingüe e intercultural y en el respeto a los derechos humanos
lingüísticos. Existen leyes internacionales, nacionales y provinciales al
respecto cuya aplicación es altamente deficitaria en el ámbito de la educación
bilingüe y prácticamente nula en el de los derechos humanos lingüísticos.
La prioridad -entonces- además de la urgente descripción y
documentación (29) de las lenguas y variedades fuertemente amenazadas, es
promover la formación de recursos humanos en lingüística descriptiva,
tipológica e histórica. Para que esto ocurra, hay que incluir estas temáticas
en los programas de contenidos básicos para obtención de un profesorado o
licenciatura en letras y también, aunque sea de manera más general, en
antropología. No quisiera dejar de mencionar que la región que hoy nos convoca
también alberga gran cantidad de lenguas de inmigración: no menos de veinte
variedades de lenguas de Europa oriental y occidental siguen hablándose, con
diversos grados de vitalidad. No conocemos trabajos sobre el tema, ni siquiera
breves perfiles sociolingüísticos.
En menos de cien años, miles de lenguas desaparecerán del
mundo. Si la situación continúa como hasta el presente, poco sabremos acerca de
tan maravillosa diversidad. Sin conocer a fondo las lenguas, muy
superficialmente sabremos algo acerca de los mitos fundacionales y leyendas,
los sistemas de parentesco y organización social, las interpretaciones de la
historia, los poemas o las canciones de los grupos que las hablan. Sin
documentarlas, no podremos asistir a los grupos que deseen recuperar la lengua
de sus abuelos. Las generaciones futuras recriminarán severamente a las universidades
e institutos de investigación por no haber actuado a tiempo. Se pierden, como
dice G. Steiner (1998:132), miles de formas de decir esperanza.
(1) Completan la lista de doce lenguas el mapuche y el
tehuelche hablados en la Patagonia. No incluimos las variedades de quechua y
aymará habladas en el noroeste argentino por inmigrantes provenientes de
Bolivia y Perú.
(2) Las expresiones utilizadas por el autor son endangered
languages y moribund languages.
(3) Tal vez no esté de más recordar lo que nos cuenta Dixon
para pensarlo en relación con la desaparición de las lenguas: The white race
originally lived just in Europe and the inmediately adjacent parts of Africa
and Asia. Then, form the fiftheenth century, they began to colonise the rest of
the world, establishing political dominance and imposing their languages
-English, Spanish, Portuguese, Arabic, Dutch, French, German and Italian- on
the peoples they governed. The first continents to be systematically taken over
were the Americas from the sixteenth century. These were followed by Southern
Africa, South Asia, Indonesia, Australia and New Zealand, the islands of the
Pacific, New Guinea, most of South-east Asia and, finally, almost all the rest
of Africa. By 1910 the only major countries that were not governed by white
people were Liberia, Ethiopia, Thailand, China, Tibet, Japan and Korea. (Dixon
1996:103).
(4) Más de 10.000 si se contabilizan las lenguas de signos
utilizadas por las comunidades de sordos. Skutnabb-Kangas (2000:226).
(5) Krauss (1992) es más pesimista, estima que el porcentaje
de reducción será del 90%.
(6) Krauss estima que el número de lenguas en tiempos
prehistóricos era de 10.000 a 15.000 lenguas, mientras que Mark Pagel calcula
que la cifra era mucho mayor, entre 31.000 y 600.000 con una media estimada de
140.000 (citado en Skutnabb-Kangas 2000:31).
(7) Esta es la situación prototípica de las comunidades
tobas en enclaves rurales; de todas formas existen excepciones, como el quiebre
de la transmisión intergeneracional en Colonia Aborigen, cerca de Quitilipi,
Chaco. Ver Censabella (1999:70-71).
(8) Datos obtenidos durante mi asistencia a reuniones
organizadas por el Dpto. de Educación Aborigen del Ministerio de Educación de
la Nación junto a delegados mocovíes en la Escuela N° 1338 de Recreo, prov. de
Santa Fe, el 14/8/2000. En la actualidad se encuentran familias mocovíes en
localidades del sur de Santa Fe, como Venado Tuerto, Rufino, Máximo Paz, entre
otras.
(9) La dislocación física es la separación de los miembros
de un grupo etnocultural por transferencias de población y migraciones
voluntarias o involuntarias. Por dislocación demográfica se entiende los
procesos de re-organización social, por ejemplo la urbanización, que producen
un impacto directo en la cultura, y por ende en la lengua, de los grupos
involucrados. Fishman (1991:57-59).
(10) Por eso no la listamos entre las 12 habladas en la
Argentina.
(11) Comunicación personal de José Braunstein, noviembre de
2001.
(12) En los estados de Sâo Paulo, Santa Catarina y Río
Grande do Sul.
(13) En los dptos. Caaguazú, Caazapá, San Pedro, Itapuá,
Guairá, Alto Paraná, Canindeyú y Concepción.
(14) "La lengua guaraní es la denominación genérica que
aplicaron los españoles a todos aquellos modos de hablar que presentaban
analogías con el de los Guaraní de las Islas con quienes entraron en contacto
en las primeras exploraciones del Río de la Plata" Stroppa (1998:25)
citando varias fuentes: Métraux (1948); Loukotka (1950); Rodríguez (1964);
Susnik (1975) y Meliá (1983).
(15) El Censo Nacional de Población de 1991 da una cifra de
205.700 habitantes rurales en la provincia de Corrientes.
(16) Utilizamos el concepto de lengua madre en un sentido
amplio, tal como lo sugiere Suktnabb-Kangas (1984:18) a partir de cuatro
criterios: origen, identificación -interna y externa- competencia y función.
(17) Un censo que tome como criterio que es indígena aquella
persona con determinados rasgos faciales, hablante de una lengua vernácula
minoritaria y con alto déficit en el manejo del castellano, que habita en zonas
periféricas rurales y que posee una economía de subsistencia de base
cazadora-recolectora no tendrá los mismos resultados que otro que incluya,
además, personas que reivindican su origen indígena, que habitan en grandes
ciudades, que no hablan la lengua de sus abuelos y que están económicamente
incorporados a los sectores de la producción y de los servicios.
(18) Las cifras que hemos presentado surgen de los censos realizados
por agrupaciones indígenas, grupos religiosos o ministerios provinciales y
nacionales en la década de 1980 (Radovich y Bazalote 1992). Para ese entonces,
el censo indígena nacional, publicado en 1968, había quedado totalmente
desactualizado (ver comentarios en Martínez Sarasola 1992:427-433). Los
resultados de estos censos varían según los criterios utilizados para el
cómputo, por ejemplo: mientras el censo nacional de 1968 arrojaba una cifra de
17.062 tobas en 74 comunidades de Chaco, Formosa y Salta, el Ministerio de
Salud y Acción Social contabilizaba en 1985 36.639 tobas en 76 comunidades sin
incluir a migrantes urbanos. En 1987, AIRA (Asociación Indígena de la Rep.
Arg.) y ENDEPA (Equipo Nacional de Pastoral Aborigen) calculaban en 50.000 la cifra
total de tobas en el país, incluyendo a los grupos instalados en ciudades como
Resistencia, Formosa, Rosario y el Gran Buenos Aires. En 1992, Radovich y
Bazalote citaban una estimación sobre datos de ENDEPA que daba para los tobas
la cifra de 60.000. Debido a este amplio rango decidimos citar la cifra más
baja y la más alta, indicando que se trata de fuentes diferentes. En algunos
casos, la cifra más alta corresponde a la cantidad de indígenas que se sienten
miembros de esa comunidad, mientras que la cifra menor podría corresponder a la
cantidad de hablantes de la lengua vernácula, con alto grado de competencia en
la misma. Sin embargo, no siempre es así; las cifras citadas para los nivaclés
van de 200 a 1.200 y es sabido -por la bibliografía específica- que casi la
totalidad de ellos son hablantes fluidos de la lengua.
(19) Nos referimos al intento de contar miembros de pueblos
indígenas durante el Censo Nacional 2001.
(20) Skutnabb-Kangas (2000:54).
(21) Nos referimos sólo a artículos de descripción gramatical,
que no citaremos en la bibliografía ya que no es nuestra intención revisar el
conjunto de las publicaciones en el área.
(22) Klein (1981), Buckwalter (1980), Gualdieri (1998),
Grondona (1998), Messineo (2000), Vidal (2001), Censabella (2002), entre otros
trabajos.
(23) Viñas Urquiza (1974); Gerzenstein (1978 y 1983); Stell
(1972 7 s/f [circa 1980]). No es el caso del maká, lengua hablada por una
comunidad de alrededor de 500 hablantes asentados en los alrededores de
Asunción, Paraguay, estudiada por Ana Gerzenstein (1994).
(24) En algunos casos, dicha información se puede inferir de
los trabajos publicados, aunque no siempre.
(25) Diversos artículos y libros de Domingo Bravo, Ricardo
Nardi, Pablo Kirtchuk, Mario Tebes, entre otros.
(26) Lenguas de las familias maskoy (enxet), toba-maskoy
(sanapaná, angaité, enenxet y kaskiha) y zamuco (chamacoco y ayoreo).
(Braunstein y Miller 1999:1).
(27) Estas características se aplican, según los autores, a
todos los pueblos que desde épocas precolombinas han habitado el espacio
geográfico denominado Gran Chaco, incluido el Chaco Boreal.
(28) Obsérvese la diferencia en las concepciones del mundo
de uno y otro pueblo. Si bien el maká, el wichí, el chorote y el chulupí se
clasifican como lenguas de la misma familia -la Mataco-Mataguaya- su
organización social parece haber diferido, por lo tanto sería erróneo pensar
que todos los pueblos indígenas que hablan lenguas emparentadas poseen idéntica
organización social y concepción del mundo.
(29) La documentación de una lengua consiste en relevar
material lingüístico de manera tal que pueda ser utilizado por los hablantes de
la lengua y sus descendientes. Se prioriza la calidad del material sonoro y de
video, su accesibilidad para la comunidad y el relevamiento de texto libre
espontáneo representativo de los géneros utilizados por dichos hablantes:
relatos míticos, adivinanzas, historia oral, canciones, bailes, oraciones, etc.
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